La poesía del poeta oriolano Miguel Hernández, fruto de
las influencias tradicionales (populares y cultas) y contemporáneas que recibió
el poeta gira entorno a una serie de temas: naturaleza, amor, vida, muerte,
amistad y exaltación social.
La infancia aldeana de Hernández determina su
predilección por la naturaleza, presentada de modo hiperrealista en sus
primeros poemas (“Contemplad”). En su tercera etapa, la tierra y las labores
agrícolas sirven de marco para la reivindicación social. Finalmente, la
naturaleza aparece en su etapa intimista como locus amoenus donde se entrelazan los enamorados (“El vals de los
enamorados”).
El amor aparece desde dos perspectivas en su obra. Por un
lado, el amor-dolor característico de El
rayo que no cesa. Aquí es vivido como tortura y dolor, no por no ser
correspondido, sino por no poder ser gozado sexualmente. Por otro lado, el
amor-esperanza que domina en su etapa carcelaria, un amor a su mujer como
esposa y como madre. Su hijo será visto como el germen de un futuro
esperanzador que lo llevará al amor-alegría.
Vida y muerte aparecen unidas estrechamente. El poeta
oriolano se siente cómodo hablando de la muerte, a la que entiende como una
parte real de la vida, parte inexorable de la naturaleza del hombre. Buena
prueba de esto son sus elegías a Gabriel Miró, García Lorca y la considerada
como una de las mejores en lengua hispana: la elegía a Ramón Sijé. El tema de
la muerte también está muy presente en El
hombre que acecha (“Es sangre, no granizo”).
La amistad es un tema cercano al anterior y muy presente
en la obra de Hernández, en la que encontramos poemas panegíricos y odas dirigidas
a amigos, maestros y compañeros (como Neruda y Vicente Aleixandre).
Finalmente, la exaltación social se hace evidente en su
poesía impura de ruptura con los valores religiosos y las trabas sociales de la
aldea. De esta rebelión nace su vitalismo personal que lo empujará a las
reivindicaciones sociales y a la lucha por los ideales.
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