viernes, 10 de junio de 2016

PAU HISTORIA DE ESPAÑA - Aspectos políticos del reinado de Isabel II bajo a regencia de María Cristina (1833-1837)

El nacimiento de la hija del rey Fernando VII, Isabel, fue el desencadenante de una profunda disputa que condicionaría la política española en los años siguientes. En un principio, dado que Isabel era mujer, la herencia del trono español, recaía sobre Carlos Mª Isidro, hermano del rey y defensor del absolutismo. Sin embargo, la reina María Cristina convenció a su marido para que, mediante la Pragmática Sanción, revocase la Ley Sálica y su hija pudiese reinar.

Este hecho propició la aparición de dos frentes: por un lado, los carlistas se agruparon en torno a Carlos. Eran sobretodo miembros del clero y de la pequeña nobleza agraria, así como una gran base social campesina. Bajo el lema “Dios, Patria y Fueros”, defendían el Antiguo Régimen: monarquía absoluta, los privilegios de la Iglesia, etc. Por otro lado, los isabelinos estaban formados en sus inicios por parte de la alta nobleza, funcionarios y algún que otro sector eclesiástico, aunque más tarde se unieron los liberales.

La intención del Consejo de gobierno (Fernando VII había determinado en su testamento la creación de ésta para asesoras a la regente María Cristina) era llegar a un acuerdo con los carlistas. El consejo estaba presidido por Cea Bermúdez, absolutista moderado que pretendía implantar el despotismo ilustrado. La única reforma de este gobierno fue la división provincial de España, con el objetivo de poner fin a la falta de uniformidad y el solapamiento de poderes del Antiguo Régimen. Sin embargo, el acuerdo con los carlistas fue imposible y la única solución, la guerra.

Para ello se necesitaba buscar apoyos, y algunos militares y asesores de la reina le aconsejaron que buscase la adhesión de los liberales a la causa isabelina. Esto se materializó en un gobierno liberal, el de Martínez de la Rosa, que llevó a cabo algunas reformas, aunque también muy limitadas. Destaca la elaboración del Estatuto Real de 1834: unas normas para convocar Cortes que seguían siendo iguales que en el Antiguo Régimen, aunque ligeramente adaptadas a los nuevos tiempos.

Se hizo evidente que las reformas eran insuficientes, y los liberales progresistas, que no se veían representados por el gobierno de Martínez de la Rosa, protagonizaron una serie de revueltas urbanas en verano de 1835 y 1836. Se asaltaron e incendiaron conventos y se redactaron proclamas demandando la reunión de Cortes, la reforma de la Ley Electoral, más libertades, la extinción del clero regula y el reclutamiento de 200000 hombres para luchar contra los carlistas.

La necesidad de apoyo contra los carlistas llevó a la regente a entregar el gobierno a Mendizábal, de ideología progresista. Éste reformó rápidamente el Estatuto Real e inició la famosa “Desamortización de Mendizábal” para conseguir dinero y financiar la guerra contra los carlistas. El clero se vio seriamente amenazado por esta medida e insistió a la reina para que lo destituyera. En verano de 1836 lo hizo y entregó las riendas a Calatrava, también progresista.


Por otro lado, estallaron revueltas exigiendo la vuelta a la Constitución de 1812. Se quemaron conventos, los sargentos de La Granja se levantaron, y ante tantas presiones la reina tuvo que acceder a restablecer dicha constitución. El nuevo gobierno progresista iniciaría una serie de medidas encaminadas a desmantelar el Antiguo Régimen como la reforma agraria liberal, la liberalización del mercado, la abolición de los diezmos, etc. que culminaron con la elaboración de una nueva Constitución: la de 1837.

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