viernes, 10 de junio de 2016

PAU HISTORIA DE ESPAÑA - La Constitución republicana de 1931 y las consecuencias de la victoria de los conservadores en las elecciones de 1933

Tras la proclamación de la Segunda República Española el día 14 de abril de 1931, se constituyó un gobierno provisional en el que participaron los firmantes del Pacto de San Sebastián, y se inició un período constituyente que culminó con la aprobación de la Constitución Republicana, en diciembre de 1931, tras seis meses de elaboración e intensos debates.

La Constitución de 1931 fue sin duda la más avanzada de su tiempo. Derrochaba democracia y progresismo, evidentes en el artículo primero, que definía España como “una República de trabajadores de todas las clases que se organiza en un régimen de Libertad y Justicia”,  y se establecía que el poder emanaba del pueblo; soberanía nacional en el máximo apogeo conocido hasta el momento.

Dicha Carta Magna, establecía que el Estado se configurada de forma integral, pero se permitía la posibilidad de constituir gobiernos autónomos en algunas regiones y municipios.  El poder legislativo recaía plenamente sobre unas Cortes unicamerales con atribuciones muy amplias. El poder ejecutivo residía en el gobierno, formado por el Consejo de Ministros y el jefe de gobierno, así como el Presidente de la República, cuya finalidad era la jefatura del Estado y la representación institucional. El poder judicial, se encomendaba a los jueces que debían ejercer con absoluta independencia.

La declaración de derechos y libertades era amplísima. La igualdad absoluta ante la ley, en el acceso a la educación y al trabajo, así como la no discriminación por motivos de origen, sexo o riqueza quedaban garantizadas. El gobierno tenía la potestad para expropiar bienes de utilidad social, y el trabajo se definía como obligación social. Se establecía sufragio universal a partir de los 23 años y por primera las mujeres podían votar. Además, el estado se manifestaba como claramente laico, al no declarar ninguna confesión oficial y legalizar el matrimonio civil y el divorcio.

A pesar de que fue aprobada por una amplia mayoría (368/464 votos), la Constitución no consiguió el consenso entre todas las fuerzas políticas y suscitó grandísimas discrepancias entre los sectores de la izquierda y la derecha, anquilosada por naturaleza, sobre todo en cuanto a la cuestión religiosa y a la posibilidad de romper la tan defendida “unidad de España”. Tal fue la división que se produjeron dimisiones en el mismo ejecutivo, y Manual Azaña se convirtió en nuevo jefe de gobierno, al tiempo que Alcalá Zamora se convertía en Presidente de la República.

Durante los siguientes dos años de gobierno de la coalición republicano-socialista (bienio de izquierdas), se vieron sometidos a un desgaste continuo. En primer lugar, tuvieron que afrontar la coyuntura económica desfavorable a consecuencia del crack del 29, que sucedió a los tiempos de bonanza de la dictadura de Primo de Rivera. La política económica del nuevo gobierno agravó los ya de por sí fastidiosos problemas internos crónicos de España. El aumento de los salarios hizo descender los beneficios empresariales, y el descontento y la desconfianza hicieron derrumbarse a la inversión privada. La política de reducción del gasto público terminó por hundir aquellos sectores que dependían de la inversión, tanto pública como privada.

La conflictividad social fue en constante aumento debido a la lentitud con la que se aplicaron las reformas demandadas por los trabajadores, que sumidos en el desencanto y arengados por los sindicatos protagonizaron numerosas huelgas generales, ocupaciones de tierras e intentos revolucionarios para derribar al orden burgués. Muchas revueltas, como la de Casas Viejas en Andalucía, terminaron en una dura represión por parte de la Guardia Civil.

Todos estos hechos fueron utilizados por la derecha que se estaba organizando para desprestigiar al gobierno de izquierdas. En el fondo, todo estaba orquestado por las élites económicas, sociales e ideológicas (Iglesia, ejército, grandes empresarios…) que veían peligrar sus seculares privilegios. El centro-derecha se reestructuró en torno al Partido Radical, la CEDA fue ganando adeptos, y Renovación Española, la Comunión Tradicionalistas, las JONS y la Falange de Miguel Primo de Rivera contribuyeron a crear un clima de crispación social en el que se produjo un conato de golpe de Estado por parte del general Sanjurjo (agosto de 1932).


En medio de este clima, Manuel Azaña dimitió y Alcalá Zamora disolvió las cortes y convocó elecciones para un mes más tarde, el 18 de noviembre de 1933. La izquierda se presentó desunida e importantes masas obreros se abstuvieron a petición de la CNT. La derecha se presentó, esta vez, unida, por lo que la victoria fue para los partidos de centro-derecha. El Partido Radical y la CEDA obtuvieron los mejores resultados, pero el presidente de la República, reacio a las ideas extremistas y antirrepublicanas de la CEDA, optó por otorgar el gobierno al partido de Lerroux exclusivamente. Daba comienzo así, el Bienio Negro.

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