Los grupos políticos
y sus milicias, que habían apoyado y favorecido el alzamiento, no contaban con
un proyecto político común y defendían distintos intereses. Es por esto, que en
el bando sublevado el ejército se alzó como fuente de iniciativa y de poder del
nuevo Estado que comenzaba a perfilarse.
En los inicios estaba planeado
que el general Sanjurjo, cabecilla del movimiento golpista, se hiciera con el
liderazgo del Estado, pero su muerte en un accidente aéreo cuando partía desde
Lisboa hacia España, junto con evidencia de que la revolución no triunfaría y
se tornaría en guerra, sumieron en el desconcierto al bando “nacional” que tuvo
que afrontar el problema del liderazgo. En Burgos, a 24 de julio de 1936, se
creó la Junta de Defensa Nacional, formada por militares como Mola, Franco y
Queipo de Llano, y dirigida por el más anciano de ellos, Miguel Cabanellas,
cuya misión era ejercer el gobierno sobre el territorio ocupado. Inmediatamente, suprimieron la Constitución
allí donde triunfaron, prohibieron los partidos políticos y se paralizó la
reforma agraria iniciada durante la República.
El general Francisco Franco fue
ganando más adeptos a medida que avanzaba la guerra, especialmente tras liberar
el Alcázar de Toledo, y conseguir establecer contactos de negociación con
Hitler y Mussolini. El día 30 de septiembre fue elegido jefe del Alzamiento, y un día después,
nombrado Jefe del gobierno del Estado y Generalísimo de los Ejército.
Paralelamente, se disolvió la Junta de Defensa Nacional y se creó una Junta
Técnica de Estado, con sede en Valladolid y Burgos.
A partir de ese momento, el
bando rebelde contaba con un poder incontestable y despótico, pero carecía de
cohesión política. Debido a la prohibición de los partidos políticos, aquellos
que formaban parte del Frente Popular y los sindicatos de clase, se desvanecieron
tras el velo de la represión. Sólo se mantuvo la actividad de Falange Española
(cuyo líder, José Antonio Primo de Rivera, había sido fusilado en Alicante por
los republicanos) y la Comunión Tradicionalista, compuesta básicamente por
carlistas. También se toleraban la CEDA y los partidos monárquicos, puesto que
estaban casi desmantelados y no tenían gran poder.
Tomando la inspiración del
fascismo italiano, Franco creó un partido único, Falange Española
Tradicionalista y de las JONS, que unificaba a todas las fuerzas “defensoras de
la unidad de España”, y se nombró a sí mismo jefe de este partido. Las
resistencias de algunos carlistas y falangistas a esta revolución fueron
respondidas con el destierro o la prisión.
La institucionalización del nuevo
Estado, ultraconservador y ultracatólico,
finalizó con la disolución de la Junta Técnica y la formación del primer
gobierno franquista. Franco acaparó entonces
todos los poderes, y pasó a ser llamado “Caudillo de España”. Se
arrancaron de raíz todas las reformas y libertades conseguidas por la
República. Lejos quedaron los tiempos de libertad religiosa, política,
sindical, de prensa y las autonomías. En marzo de 1938, se aprobó el Fuero del
Trabajo, una ley inspirada en el fascismo italiano que agrupa a obreros y
empresarios en un mismo sindicato y prohibía toda reivindicación o huelga.
Además, el nuevo Estado se declaró claramente confesional católico, y restableció
el culto religioso en la educación y en el ejército, así como su financiación
con dinero público.
En el bando sublevado, la
represión se convirtió en un arma más. Los dirigentes “nacionales” no dudaron
en promocionar y respaldar las acciones violentas contra cualquier persona no
afín a sus ideales, instigando a la gente a ejercer “su justicia” con sus
propias manos. Mientras en el bando republicano los dirigentes intentaron por
todos los medios respetar la legalidad y someter a todos los acusados a
juicios, en el bando “nacional” las ejecuciones se llevaban a cabo sin ellos o,
en el mejor de los casos, ante un jurado militar. Muchas personalidades
relevantes como Federico García Lorca fueron asesinadas más por ser un símbolo
de la República que por haber atacado a los sublevados. Asimismo, miles de
personas fueron fusiladas en las cunetas de todo el país y enterradas en fosas
comunes sin dejar constancia de su muerte.
Esta represión, pretendía
instaurar un clima de terror que facilitara el avance de los sublevados al
atemorizar a cualquier persona que se plantease oponerse. Una represión y
violencia que para nada se correspondía con la paz y la justicia prometidas por
Francisco Franco en su manifiesto del 18 de julio de 1936.
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