viernes, 10 de junio de 2016

PAU HISTORIA DE ESPAÑA - Evolución política del bando rebelde (nacional) durante la Guerra Civil

Los grupos políticos y sus milicias, que habían apoyado y favorecido el alzamiento, no contaban con un proyecto político común y defendían distintos intereses. Es por esto, que en el bando sublevado el ejército se alzó como fuente de iniciativa y de poder del nuevo Estado que comenzaba a perfilarse.

En los inicios estaba planeado que el general Sanjurjo, cabecilla del movimiento golpista, se hiciera con el liderazgo del Estado, pero su muerte en un accidente aéreo cuando partía desde Lisboa hacia España, junto con evidencia de que la revolución no triunfaría y se tornaría en guerra, sumieron en el desconcierto al bando “nacional” que tuvo que afrontar el problema del liderazgo. En Burgos, a 24 de julio de 1936, se creó la Junta de Defensa Nacional, formada por militares como Mola, Franco y Queipo de Llano, y dirigida por el más anciano de ellos, Miguel Cabanellas, cuya misión era ejercer el gobierno sobre el territorio ocupado.  Inmediatamente, suprimieron la Constitución allí donde triunfaron, prohibieron los partidos políticos y se paralizó la reforma agraria iniciada durante la República.

El general Francisco Franco fue ganando más adeptos a medida que avanzaba la guerra, especialmente tras liberar el Alcázar de Toledo, y conseguir establecer contactos de negociación con Hitler y Mussolini. El día 30 de septiembre fue elegido  jefe del Alzamiento, y un día después, nombrado Jefe del gobierno del Estado y Generalísimo de los Ejército. Paralelamente, se disolvió la Junta de Defensa Nacional y se creó una Junta Técnica de Estado, con sede en Valladolid y Burgos.

A partir de ese momento, el bando rebelde contaba con un poder incontestable y despótico, pero carecía de cohesión política. Debido a la prohibición de los partidos políticos, aquellos que formaban parte del Frente Popular y los sindicatos de clase, se desvanecieron tras el velo de la represión. Sólo se mantuvo la actividad de Falange Española (cuyo líder, José Antonio Primo de Rivera, había sido fusilado en Alicante por los republicanos) y la Comunión Tradicionalista, compuesta básicamente por carlistas. También se toleraban la CEDA y los partidos monárquicos, puesto que estaban casi desmantelados y no tenían gran poder.

Tomando la inspiración del fascismo italiano, Franco creó un partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, que unificaba a todas las fuerzas “defensoras de la unidad de España”, y se nombró a sí mismo jefe de este partido. Las resistencias de algunos carlistas y falangistas a esta revolución fueron respondidas con el destierro o la prisión.

La institucionalización del nuevo Estado, ultraconservador y ultracatólico,  finalizó con la disolución de la Junta Técnica y la formación del primer gobierno franquista. Franco acaparó entonces  todos los poderes, y pasó a ser llamado “Caudillo de España”. Se arrancaron de raíz todas las reformas y libertades conseguidas por la República. Lejos quedaron los tiempos de libertad religiosa, política, sindical, de prensa y las autonomías. En marzo de 1938, se aprobó el Fuero del Trabajo, una ley inspirada en el fascismo italiano que agrupa a obreros y empresarios en un mismo sindicato y prohibía toda reivindicación o huelga. Además, el nuevo Estado se declaró claramente confesional católico, y restableció el culto religioso en la educación y en el ejército, así como su financiación con dinero público.

En el bando sublevado, la represión se convirtió en un arma más. Los dirigentes “nacionales” no dudaron en promocionar y respaldar las acciones violentas contra cualquier persona no afín a sus ideales, instigando a la gente a ejercer “su justicia” con sus propias manos. Mientras en el bando republicano los dirigentes intentaron por todos los medios respetar la legalidad y someter a todos los acusados a juicios, en el bando “nacional” las ejecuciones se llevaban a cabo sin ellos o, en el mejor de los casos, ante un jurado militar. Muchas personalidades relevantes como Federico García Lorca fueron asesinadas más por ser un símbolo de la República que por haber atacado a los sublevados. Asimismo, miles de personas fueron fusiladas en las cunetas de todo el país y enterradas en fosas comunes sin dejar constancia de su muerte.


Esta represión, pretendía instaurar un clima de terror que facilitara el avance de los sublevados al atemorizar a cualquier persona que se plantease oponerse. Una represión y violencia que para nada se correspondía con la paz y la justicia prometidas por Francisco Franco en su manifiesto del 18 de julio de 1936.

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