“Pacificada” España el
franquismo adoptó una política económica basada en la autarquía a imitación al
fascismo italiano. Para ello se fomentó el aislamiento del exterior y la intervención
del Estado justificándose con un discurso fascista y patriótico.
En líneas generales, la
autarquía se caracterizó por los siguientes aspectos. En primer lugar, se
procedió a la reglamentación del comercio exterior: las importaciones y las
exportaciones pasaron a estar completamente controladas por el Estado, con la
consiguiente reducción de volumen, que quedó reducido a los productos
imprescindibles (petróleo, por ejemplo). Se produjo un desabastecimiento de
bienes de consumo, materias primas y energía eléctrica, por lo que la
producción industria disminuyó.
En segundo lugar, se fomentó la
industria de interés estratégico para asegurar la independencia militar y
política. Se crearon empresas públicas, se nacionalizaron los sectores
considerados indispensables (como la red ferroviaria que pasó a ser propiedad
de RENFE), y se promovieron con abundante dinero público las empresas de bienes
de equipo, lo que provocó una gran inflación. Si había algún tipo de producción
considerada necesaria que el sector privado no podía fabricar por falta de
rentabilidad, el Estado creaba una empresa que asumiese la producción. Con el
fin de promover esta política se creó el Instituto Nacional de Industria
(1941).
En tercer lugar, se reguló la
producción agrícola, la comercialización, los precios e incluso el consumo de
la mayoría de los productos, pero los bajos precios oficiales provocaron una
caída de la producción, y la productividad por hectárea disminuyó notablemente.
Como resultado se produjo un desabastecimiento general y la implantación del
racionamiento. Los agricultores, antes que vender sus productos a precios
ridículos, preferían esconderlos y comerciar con ellos en el mercado negro.
Este sistema tuvo como resultado
un estancamiento de la economía y el nivel de vida de los españoles disminuyó
considerablemente. La vida se hizo 5 veces más cara y el hambre y la carencia
de viviendas dignas se generalizó. En las grandes ciudades proliferó el
chabolismo, y el fenómeno de los realquilados, así como el uso de cuevas como
viviendas. Enfermedades como la tuberculosis se propagaron de nuevo, la tasa de
mortalidad (incluida la infantil) se disparó, el crecimiento vegetativo
descendió al 0,9% y la esperanza de vida se situó en 47 años para los hombres y
53 para las mujeres.
En 1957, Franco se vio
presionado a cambiar de gobierno, y este, así como los sucesivos,
protagonizaron un profundo giro en la economía, abandonando el falangismo e
iniciando una etapa protagonizada por los tecnócratas. Se consideró que el
crecimiento económico sería la principal garantía de estabilidad social (craso
error). El objetivo era racionalizar la gestión ineficiente del Estado sin
cuestionar para nada la dictadura.
La primera medida correctora
consistió en un Plan de Estabilización (1959), cuyo objetivo era poner fin al
intervencionismo estatal y suprimir los obstáculos a la liberalización. Para
ello se elevaron los tipos de interés, se congelaron los salarios y se procedió
a una reforma fiscal, se eliminaron los organismos interventores y la
reglamentación de los precios, y se anunció la convertibilidad de la peseta así
como su devaluación para facilitar los intercambios. A cambio se concedieron
ayudas internacionales.
En la década de 1960 se
añadieron una serie de Planes de Desarrollo Económico y Social cuatrienales,
supervisados por la comisión encabezada por López Rodó. Se pretendía llevar a
cabo una planificación indicativa, programando la actividad del sector público
y asesorando al privado.
Esta política, en general, fue
un fracaso; en gran medida porque perseguía los intereses inmediatos de unos
pocos. No obstante se dotó a España de infraestructuras básicas y materias
primas que promoverían un acelerado crecimiento industrial. El éxodo rural
comportó una crisis de la agricultura tradicional y se produjo un considerable
avance del sector servicios, pues España se convirtió en un destino predilecto
para turistas por su exotismo y los bajos precios.
De todos modos, la economía
española seguía teniendo grandes limitaciones: el campo quedó abandonado y con
él su población, que no podía ser absorbia totalmente por la industria. Además,
la dependencia de la tecnología y las inversiones extranjeras, la debilidad del
sistema financiero y la falta de habilidad del gobierno comportaron que no se
diese la adecuada continuidad al crecimiento. Todas estas deficiencias se
pondrían de manifiesto con la crisis económica de 1973.
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