Tras el alzamiento
del 17 de julio en Melilla, la revolución triunfó en algunas zonas del
territorio español. Allí donde esto sucedió, se recurrió inmediatamente a la
represión contra aquellos que defendían ideas contrarias. En ningún momento se llevó
a cabo un mínimo intento de reconciliación con los vencidos, sino que siempre
se pretendió someterlos y destruirlos sin ninguna consideración. Tildados de
enemigos de España, los republicanos fueron víctimas de detenciones, palizas
públicas, fusilamientos, etc.
La victoria de los sublevados no
supuso el fin de la represión, ni siquiera una atenuación, sino que esta pasó a
estar institucionalizada. La justicia quedó supeditada al gobierno, de modo de
que el poder judicial independiente desapareció prácticamente. También se
aprobaron una serie de leyes como la Ley de Responsabilidades Políticas (1939),
que pretendía depurar a todo aquel que hubiese colaborado con la República, y
la Ley de Represión del Comunismo y la Masonería (1940) que permitía abrir
expediente a los acusados de “defender ideas contrarias a la religión, la
patria y sus instituciones fundamentales”.
Esta política represora fue
ejecutada principalmente por el Ejército en los primeros años de la posguerra.
La mayoría de las causas eran juzgadas por tribunales militares en Consejos de
Guerra ante los cuales los acusados no tenían posibilidad de defensa. En 1963,
esta potestad para juzgar los delitos políticos pasó al recién creado Tribunal
de Orden Público (TOP), de carácter civil.
En lo que a cifras se refiere,
se calcula que unas 150000 personas fueron ejecutivas por el franquismo por
razones políticas, de las cuales 50000 durante la posguerra, y que el número de
presos en España hacia 1940 ascendía a 280000, de los cuales 23000 eran
mujeres. El elevado número de reclusos comportó la saturación de las cárceles y
el establecimiento de campos de concentración para albergar a los condenados. A
pesar de esto, la saturación era un hecho y el hacinamiento, junto con las
malas condiciones higiénicas y alimentarias dispararon la mortalidad entre los
presos. Buena parte fueron enviados a los Batallones de Trabajadores o
integrados en los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores, ambos
destinados a la realización de obras públicas y el trabajo en explotaciones
mineras o edificios públicos.
También se llevó a cabo una
confiscación y expolio del patrimonio de las personas afines a la causa
republicana y de las organizaciones vinculadas a ella, así como la expulsión de
estas personas de su puesto de trabajo.
En las zonas donde existían
sentimientos nacionalistas, se procedió a marginar por ley todo uso de las
lenguas vernáculas y se persiguió a todo aquél que defendiese ideas contrarias
a la inquebrantable unidad de España.
La represión y la imposición de
los valores morales comportaron profundos cambios en la sociedad. Las formas de
comportamiento pasaron a basarse en la más estricta moral cristiana: las
ceremonias que marcaban la vida tenían carácter religioso, el matrimonio civil
y el divorcio fueron prohibidos y se penalizaba el aborto, y se propagó una
obsesión enfermiza por vigilar y condenar toda actitud que pudiera derivar en
“pecaminosas intenciones”.
Asimismo, se instauró una rígida
censura sobre los medios de comunicación, y todas las actividades culturales,
sociales y lúdicas para evitar toda exposición de ideales contrarios a los del
Movimiento. En la familia se impuso el modelo patriarcal y se consumó el
completo sometimiento de la mujer al hombre retornando al Código Civil de 1889
que consagraba la inferioridad jurídica de la mujer, educada para el matrimonio
y la familia. La educación se convirtió en un medio de adoctrinamiento,
quedando casi totalmente en manos de la Iglesia. Se prohibió la enseñanza mixta
y la religión y la Formación del Espíritu Nacional se convirtieron en
asignaturas obligatorias.
En definitiva, el franquismo
utilizó todos los medios de los que dispuso, sin escrúpulo alguno, para que la
sociedad española, en su totalidad, se transformase en la sociedad que ellos
deseaban, sin tolerar ningún pensamiento contrario y retornando a valores
morales enormemente atrasados si se comparan con los que comenzaban a
extenderse en Europa y Estados Unidos.
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