viernes, 10 de junio de 2016

PAU HISTORIA DE ESPAÑA - La guerra en Cuba y sus consecuencias inmediatas

Tras la Paz de Zanjón (1878) los naturales de Cuba esperaron del gobierno una serie de reformas encaminadas a lograr la igualdad entre la isla y la península que no llegaron a implementarse debido a la fuerte presión de los intereses económicos en la isla. Como consecuencia, las ansias de independencia fueron creciendo entre los cubanos y en 1879 se produjo un conato de revolución, la Guerra Chiquita, que fue sofocado por el ejército español en poco tiempo.

 Años más tarde, en febrero de 1895, se produjo un alzamiento en el este de la isla (Grito de Baire) que pronto se extendió hacia el oeste. Los cubanos reclamaban reformas de una vez por todas y el gobierno español envió al general del momento, Arsenio Martínez Campos, para sofocar las revueltas. Este era defensor de la acción militar combinada con la acción política conciliadora para llegar a un acuerdo, pero fracasó en su intento y fue sustituido por el general Valeriano Weyler, buscando una táctica más dura que acabase con la revuelta.

Weyler encerró a los campesinos en campos de concentración para evitar que los ideales revolucionarios se extendieran también a ellos, pero no tuvo en cuenta que si la mano de obra no trabajaba los campos, los alimentos escasearían, por lo que se produjo una terrible hambruna que mermó la población. Además, a causa del hacinamiento al que estaban sometidos proliferaron las enfermedades tropicales a las que los militares españoles no estaban acostumbrados, por lo que comenzaron a caer como moscas. A esto hay que sumarle la escasa preparación de estos y la falta de equipamiento adecuado para convertir en un ambiente distinto, la selva tropical.  Esta nueva táctica además de ocasionar muchas muertes de campesinos que no habían luchado contra los españoles, mermó al ejército peninsular y evidenció que la estrategia de Weyler no era la adecuada.

Muerto Cánovas, el gobierno español se dio cuenta de esto y envió al general Blanco para retomar la antigua estrategia conciliadora, pero ya era demasiado tarde. Los cubanos ya se habían decidido a luchar hasta el final por su libertad y no aceptaron las concesiones del gobierno peninsular: independencia de Cuba, autonomía arancelaria, etc. Este declaró unilateralmente la independencia, ya que Cuba, apoyada por Estados Unidos, estaba resuelta a quitarse el yugo de aquellos que habían colonizado sus tierras.

La que por aquel entonces comenzaba a despuntar como gran potencia económica, Estados Unidos, tenía también intereses económicos en Cuba ya que importaba casi todo el tabaco  y el café que consumían y exportaba a este país algodón, entre otras cosas. El presidente McKinley ya había manifestado su malestar por la política arancelaria de España y encontró el motivo perfecto para intervenir en la guerra cuando el acorazado Maine, anclado en el puerto de La Habana, voló por los aires en abril de 1898. Estados Unidos culpó a España del incidente y envió un ultimátum conminándola a abandonar la isla. España lo rechazó por considerar humillante aceptar la derrotar sin pelea y envió un escuadrón a combatir con la armada norteamericana. La flota Española fue defenestrada en apenas un día por unos barcos más modernos y con mayor alcance ante los que no tenía ninguna posibilidad. Volvieron a España empapados en su humillación.


España se vio obligada a firmar la Paz de París en diciembre de 1898, por la que se comprometía a abandonar Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que pasaron a ser protectorados norteamericanos. Aunque en los planos político y económico el desastre del 98 no afectó mucho, de hecho fue bueno para la economía, dejó una importante huella en la moral colectiva española. Se cayó el mito del Imperio Español, los intelectuales se volvieron más críticos con la sociedad española y se dio pie a que un movimiento que estaba tomando fuerza, el regeneracionismo, llegara al primer plano político.

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