Tras
la Paz de Zanjón (1878) los naturales de Cuba esperaron del gobierno una serie
de reformas encaminadas a lograr la igualdad entre la isla y la península que
no llegaron a implementarse debido a la fuerte presión de los intereses
económicos en la isla. Como consecuencia, las ansias de independencia fueron
creciendo entre los cubanos y en 1879 se produjo un conato de revolución, la
Guerra Chiquita, que fue sofocado por el ejército español en poco tiempo.
Años más tarde, en febrero de
1895, se produjo un alzamiento en el este de la isla (Grito de Baire) que
pronto se extendió hacia el oeste. Los cubanos reclamaban reformas de una vez
por todas y el gobierno español envió al general del momento, Arsenio Martínez
Campos, para sofocar las revueltas. Este era defensor de la acción militar
combinada con la acción política conciliadora para llegar a un acuerdo, pero
fracasó en su intento y fue sustituido por el general Valeriano Weyler,
buscando una táctica más dura que acabase con la revuelta.
Weyler encerró a los campesinos
en campos de concentración para evitar que los ideales revolucionarios se
extendieran también a ellos, pero no tuvo en cuenta que si la mano de obra no
trabajaba los campos, los alimentos escasearían, por lo que se produjo una
terrible hambruna que mermó la población. Además, a causa del hacinamiento al
que estaban sometidos proliferaron las enfermedades tropicales a las que los
militares españoles no estaban acostumbrados, por lo que comenzaron a caer como
moscas. A esto hay que sumarle la escasa preparación de estos y la falta de
equipamiento adecuado para convertir en un ambiente distinto, la selva
tropical. Esta nueva táctica además de
ocasionar muchas muertes de campesinos que no habían luchado contra los
españoles, mermó al ejército peninsular y evidenció que la estrategia de Weyler
no era la adecuada.
Muerto Cánovas, el gobierno
español se dio cuenta de esto y envió al general Blanco para retomar la antigua
estrategia conciliadora, pero ya era demasiado tarde. Los cubanos ya se habían
decidido a luchar hasta el final por su libertad y no aceptaron las concesiones
del gobierno peninsular: independencia de Cuba, autonomía arancelaria, etc.
Este declaró unilateralmente la independencia, ya que Cuba, apoyada por Estados
Unidos, estaba resuelta a quitarse el yugo de aquellos que habían colonizado
sus tierras.
La que por aquel entonces
comenzaba a despuntar como gran potencia económica, Estados Unidos, tenía
también intereses económicos en Cuba ya que importaba casi todo el tabaco y el café que consumían y exportaba a este
país algodón, entre otras cosas. El presidente McKinley ya había manifestado su
malestar por la política arancelaria de España y encontró el motivo perfecto
para intervenir en la guerra cuando el acorazado Maine, anclado en el puerto de
La Habana, voló por los aires en abril de 1898. Estados Unidos culpó a España
del incidente y envió un ultimátum conminándola a abandonar la isla. España lo
rechazó por considerar humillante aceptar la derrotar sin pelea y envió un
escuadrón a combatir con la armada norteamericana. La flota Española fue
defenestrada en apenas un día por unos barcos más modernos y con mayor alcance
ante los que no tenía ninguna posibilidad. Volvieron a España empapados en su
humillación.
España se vio obligada a firmar
la Paz de París en diciembre de 1898, por la que se comprometía a abandonar Cuba,
Puerto Rico y Filipinas, que pasaron a ser protectorados norteamericanos. Aunque
en los planos político y económico el desastre del 98 no afectó mucho, de hecho
fue bueno para la economía, dejó una importante huella en la moral colectiva
española. Se cayó el mito del Imperio Español, los intelectuales se volvieron
más críticos con la sociedad española y se dio pie a que un movimiento que
estaba tomando fuerza, el regeneracionismo, llegara al primer plano político.
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