La ajustada victoria
del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 y la continuación de
las reformas iniciadas en el bienio progresista, junto con la amenaza de una
revolución comunista en España, movieron a las fuerzas políticas de derecha
(con el apoyo de los grandes empresarios, los militares y la Iglesia) a planear
un golpe de Estado. Tras algunos intentos fallidos, el asesinato de José Calvo
Sotelo, dirigente monárquico, como represalia por el asesinato por parte de los
fascistas del teniente Castillo, precipitó la situación.
Melilla, 17 de julio de 1932. El
coronel Yagüe se alza en armas contra la República. En los días siguientes la
sublevación se extendió por todo el territorio español, y la mayoría de las
guarniciones militares se unieron junto con milicias de civiles falangistas y
carlistas. El día 18, el general Franco, tras asegurar el triunfo en Canarias,
se dirigió hacia la Península al mando del ejército africanista.
La República trató de
reaccionar. Durante los primeros días Martínez Barrio fue sustituido al frente
del gobierno por Casares Quiroga, quien el día 19 fue sustituido por José
Giral. Este decidió finalmente armar a las milicias de los sindicatos y de los
partidos de izquierdas. Parte de las fuerzas del orden se mantuvieron fieles a
la República y pudieron sofocar la revuelta en ciertos lugares, como fue el
caso de la Guardia Civil en Barcelona.
El éxito de la revuelta estuvo
determinado por las condiciones sociales y políticas de cada región. En todo el
interior de España, Galicia, la zona del Guadalquivir, y en general cualquier
lugar con predominio de la gran propiedad, la sublevación triunfó. En cambio,
las zonas industriales, donde las fuerzas obreras y de izquierdas tenían mayor
peso, como el País Vasco, Cataluña, Madrid, Santander, Valencia, Murcia y
también parte de Castilla, Extremadura y Andalucía, resistieron al alzamiento,
en algunos casos tras días de lucha callejera.
El objetivo de los sublevados
era hacerse con el control rápidamente, decretar el Estado de guerra y reprimir
inmediatamente a la oposición. Para ello era crucial hacerse con ciertos
lugares clave como Barcelona y Madrid. Pero al cabo de una semana los
sublevados no se habían hecho con el control del país y se hizo evidente la
división entre los dos bandos.
Los insurgentes se
autodenominaron “nacionales” por su defensa de la unidad de España frente a los
nacionalismos periféricos. Entre los nacionales no había consenso sobre las
acciones a llevar a cabo. Los militares pretendían implantar una dictadura
militar para restablecer el orden, los monárquicos y la CEDA deseaban la vuelta
de la monarquía alfonsina, los falangistas anhelaban implantar un régimen
fascista y los carlistas seguían empeñados en instaurar la monarquía carlista.
Los leales a la república,
calificados de “rojos” por los “nacionales” eran básicamente obreros, empleados
urbanos, pequeña burguesía y campesinos sin tierras, junto a personalidades de
clases medias vinculadas a los partidos vinculados, burgueses ilustrados,
intelectuales y artistas. Todos defendían la legitimidad de la República y
encarnaban a todas las fuerzas sociales, políticas y sindicales que la habían
apoyado.
La Guerra Civil tuvo desde un
primer momento gran repercusión internacional, y fue vista como un
enfrentamiento entre fascismo y fuerzas democráticas (socialismo y comunismo).
En realidad, era más bien un enfrentamiento entre los partidos dinásticos de la
Restauración y los grupos dominantes, que habían visto menguados sus
tradicionales privilegios, y los grupos obreros y burgueses. Los países vecinos
no se atrevieron a posicionarse claramente y a apoyar económicamente y con
armamento a alguno de los bandos por temor a desencadenar la ya inminente
Primera Guerra Mundial. Precisamente fueron los países que inspiraban recelo
entre la comunidad internacional los que tomaron cartas en el asunto. El bando
“nacional”, que ya lo había intentado incluso antes del estallido de la guerra,
consiguió el apoyo de la Italia fascista y la Alemania nazi, que enviaron
tropas y armamento. El bando republicano buscó el apoyo en la URSS, que hizo lo
mismo. Además, las Brigadas Internacionales, llegadas de todas partes, lucharon
también contra el fascismo, en una guerra que devastó a la sociedad española,
enfrascada en una cruenta lucha entre hermanos.
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