A
principios del siglo XX, el sistema de la Restauración había empezado a cojear;
el desastre del 98 no causó mucho daño pero sí evidenció algunas debilidades.
En los años siguientes se producirían una serie de hechos que irían desgastando
poco a poco el sistema. Acompañadas del deterioro político, se sucedieron
revueltas del proletariado, que había empezado a organizarse en sindicatos, y
quejas de los militares que hasta el momento habían estada tranquilitos con sus
privilegios.
A partir del año 1917 se agravó
la situación a causa de la pasividad renovadora de los partidos dinásticos y la
fragmentación y consecuente debilidad de la oposición. No solo esta estaba
dividida, sino que la falta de líderes claros en el bando dinástico provocó su
fragmentación en distintos grupos incapaces de ponerse de acuerdo para lograr
mayorías estables. Se intentó recurrir a “gobiernos de concentración”, el más
relevante de los cuales fue el “Gobierno Nacional” impulsado por Maura que
intentó reunir a los líderes dinásticos y a los regionalistas catalanes, pero
las diferencias entre ellos lo condenaron al fracaso absoluto. Tras esto se
retornó al turno de partidos, pero la inestabilidad era demasiado patente (20
gobiernos entre 1918 y 1923). Las trampas electorales no fueron suficientes
para que alguno de los partidos dinásticos consiguiese mayoría y terminaron por
suspender constantemente las garantías constitucionales y cerrar el Parlamento.
En el plano obrero, la situación
también había llegado a límites peligrosos. El fin de la Primera Guerra Mundial
supuso dejar de exportar a los países enfrentados, por lo que en España el paro
se disparó junto con los precios. Además, el triunfo de la revolución
bolchevique dio alas al proletariado que se movilizó y organizó como nunca en
sindicatos. Las regiones industriales se vieron afectadas por las huelgas,
sobre todo en Barcelona, donde en 1919 la huelga de La Canadiense dejó sin
electricidad a la mayor parte de la ciudad durante largo tiempo. El acuerdo
final con la patronal no fue cumplido por esta y la huelga se reanudó con más
dureza y represión hacia los obreros.
En Andalucía la revuelta logró
tal éxito que muchos municipios llegaron a estar controlados por comités de
huelga en lo que se conoce como el trienio bolchevique (1918-1921). Los
socialistas y principalmente los anarquistas impulsaron quemas de cosechas y ocupación
de tierras. Córdoba se convirtió en la
capital del movimiento y desde allí se extendió por toda Andalucía, La Mancha y
Extremadura. Pero la revuelta encontró su fin con la declaración del Estado de
guerra, la prohibición de las organizaciones obreras y la detención de sus
líderes.
Todo
esto desembocó en la radicalización de las posiciones tanto de patronos como de
obreros principalmente en Cataluña. Los patronos crearon la Federación Patronal
y contrataron pistoleros para atentar contra dirigentes obreros, recurrieron
frecuentemente al cierre de empresas y fundaron un Sindicato Libre que
fomentaba la violencia contra los obreros. Ciertos grupos vinculados a la CNT
(entre los que destacaron “Los Solidarios”) respondieron con más violencia y
atentaron contra políticos, patronos y fuerzas del Estado.
La patronal barcelonesa exigió
medidas para contener a los que eran sus empleados y enemigos y el gobernador
civil de la ciudad condal (Martínez Anido) se dedicó a proteger a los
pistoleros de la patronal, reprimir duramente a los sindicalistas y aplicar la
Ley de Fugas. Durante este período conocido como el pistolerismo (1916-1923)
murieron 226 personas entre las que se encontraba el presidente del gobierno,
Eduardo Dato.
Pero sin duda, el hecho que
colmó el vaso, fue el desastre de Annual en Marruecos. Esta zona había sido un
foco de problemas dado que las tribus autóctonas eran una permanente amenaza
para el ejército español, por lo que en 1921 se nombró al general Silvestre,
amigo del rey Alfonso, para dirigir una ofensiva contra las tribus rifeñas que
terminó en desastre (13000 muertos, incluido el general). Una investigación fue
llevada a cabo para averiguar las causas del desastre y se descubrió una trama
corrupta de venta de armas al enemigo en la que estaba implicado hasta el rey
Alfonso XIII. El temor a que se pidieran responsabilidades políticas y se
acabara con el sistema aceleró los sucesos y tanto el monarca como el ejército
recurrieron a Primo de Rivera para imponer una dictadura militar que pusiera
fin a la crisis. De este modo, el sistema de la Restauración, pasó a ser
historia.