Tras la revolución de 1868, la
Gloriosa, España había quedado sin rey. En sus inicios, un gobierno provisional
asumió el poder, y tras las elecciones a Cortes constituyentes de 1869, Prim se
convirtió en el jefe de gobierno y Espartero ocupó la regencia en ausencia de
un monarca. El Conde de Reus (Prim) fue el encargado de buscar un candidato al
trono, y tras el rechazo de muchos candidatos, bien por falta de ganas o bien
porque otras potencias se oponían, se impuso la candidatura del joven Amadeo de
Saboya, de carácter jovial y familiar, cuya dinastía había sido la artífice de la unificación italiana.
El nuevo monarca fue elegido rey
por las Cortes en noviembre de 1870 y llegó a España el 30 de diciembre de ese
mismo año. Tres días antes habían asesinado a su principal valedor, Juan Prim.
Sin su principal apoyo, fue coronado el día 2 de enero.
Desde un primer momento la nueva
dinastía tuvo que enfrentarse a multitud de problemas. No gozaba de un gran
apoyo entre los diputados de las Cortes y contaron además con la oposición de
la aristocracia, el clero y los parásitos de la corte que vieron peligrar su
poder cuando Amadeo anunció la voluntad de no intervenir en asuntos políticos e
hizo desaparecer la corte. Los militares que no estaban vinculados a
progresistas y unionistas se negaron a aceptar su soberanía, la que supondría
un problema cuando se desencadenó el conflicto en Cuba. El pueblo tampoco se
mostró partidario de la nueva monarquía. La mayor parte tenía fuertes
aspiraciones republicanas, y los que aún eran monárquicos recelaban de un rey
extranjero.
El sector moderado continuaba
fiel a los Borbones y, siendo conscientes de la impopularidad de Isabel II,
había comenzado a planificar la restauración en su hijo Alfonso XII. Cánovas de
Castillo, el principal artífice de este plan, se dedicó a convencer a muchos
dirigentes unionistas y progresistas de que la monarquía borbónica garantizaría
la estabilidad. Tanto la Iglesia, tocada
por el decreto de Prim que la había obligada a jurar la Constitución, como las
élites económicas, eran favorables a esta vía.
Los carlistas habían aprovechado
el clima de libertad aparecido tras la Gloriosa y se habían constituido como
fuerza política. La llegada de Amadeo dio motivos para un sector volviera a la
insurrección armada y en 1872 se sublevaron soñando con colocar a en el trono a
su candidato Carlos VII mientras la antigua reina se encontraba exiliada. La
rebelión comenzó en el País Vasco, y
pronto se extendió a Navarra y Cataluña. Aunque no constituyó un gran problema,
fue un poco constante de problemas que desestabilizaron la monarquía.
Las clases populares favorables
a la opción republicana se opusieron a la nueva monarquía y, en el mismo año
que los carlistas, se produjeron insurrecciones de carácter federalista.
Estaban instigadas tanto por republicanos como por anarquistas, y
desestabilizaron aún más al régimen.
El conflicto que se inició en
Cuba en 1868 con el “Grito de Yara” y que desembocó en la Guerra de los Diez
Años, también jugó su papel. Los criollos sublevados contaron con el apoyo
popular al prometer el fin de la esclavitud. El gobierno trató de llevar a cabo
el proyecto, pero la oposición de los sectores con intereses económicos en la
isla frustró las aspiraciones de los cubanos e impidió la solución pacífica al
conflicto.
Pero la carta que derrumbó el
castillo de naipes que eran el gobierno y la Corona fue la desintegración de la
coalición gubernamental que había apoyado al nuevo rey. Se sucedieron seis
gobiernos en dos años y la oposición practicaba un total abstencionismo como
forma de protesta. Amadeo terminó por renunciar al trono y abandonó España
dejando la impresión de un país ingobernable y contrario a la democracia.