A
lo largo del Trienio Liberal, Fernando VII se había dedicado únicamente a vetar
todas las leyes que salían de las Cortes (la Constitución le permitía hacerlo
durante un plazo máximo de dos años). Las medidas liberales del trienio lejos
de mejorar la situación habían causado malestar tanto en el campesinado, cuyas
condiciones empeoraron, como en la nobleza y en el clero. Además, incluso
dentro de los mismos liberales había tensiones: se acabaron separando moderados
y exaltados.
Fernando VII deseaba restaurar
el absolutismo y pidió ayuda a la Santa Alianza. Ésta se la concedió en forma
de un ejército de 100.000 hombres (los Cien Mil Hijos de San Luis), que entró
en España en abril de 1823 y repuso a Fernando VII como monarca absoluto.
Restaurado el absolutismo, la
Santa Alianza consideraba necesarias una serie de reformas moderada encaminadas
a calmar los ánimos y establecer una administración estable para la monarquía.
A pesar de esto, Fernando VII hizo caso omiso y se volvió a producir, al igual
que había ocurrido en 1814, una violenta represión contra los liberales, que se
vieron obligados a exiliarse para evitar ser encarcelados, o incluso la muerte.
Emblemático fue el ajusticiamiento de Mariana Pineda en 1831 por confeccionar
una bandera liberal.
Por otro lado, el monarca estaba
preocupado por la asfixiante situación de la Hacienda tras haber perdido
definitivamente las colonias americanas. Intentó solucionarlo restringiendo al
máximo el gasto público. Aun así, no se solucionaron los problemas y en 1825 se
vio obligado a buscar la colaboración de la burguesía moderada que controlaba
las industrias y las finanzas.
Hizo concesiones a la burguesía,
lo que aumentó la desconfianza de los sectores ultraconservadores, ya
descontentos por la “laxa” actuación de Fernando contra los liberales. Estos
sectores ultraderechistas empezaron a agruparse entorno a Carlos María Isidro,
hermano del rey y heredero del trono ya que el rey aún no tenía descendencia.
El nacimiento de la hija del
rey, Isabel, desencadenó un conflicto dinástico. La Ley Sálica, de origen
borbón e implantada por Felipe V, impedía reinar a las mujeres. Sin embargo, la
reina María Cristina convenció al rey para que la derogara mediante la
Pragmática Sanción.
El sector carlista veía como
cada vez el país se encaminaba más hacia el liberalismo, y Carlos presionó a su
hermano para que derogara la Pragmática Sanción.
El monarca cayó enfermo y la
reina, para hacer frente a los carlistas, buscó apoyos entre los liberales y
formó un gobierno de carácter reformista que supuso la vuelta de 100.000
soldados liberales exiliados.
En su lecho de muerte, Fernando
VII reafirmó a su hija en el trono y nombró regente a su esposa hasta la
mayoría de edad de Isabel. El mismo día de su muerte, Carlos se autoproclamó
rey, se iniciaron levantamientos absolutistas, y dio comienzo la primera guerra
carlista.